miércoles, 12 de julio de 2017

El pensador erótico y su gato

(Píldora de ciencia)

De "arrebato erótico tardío" calificó Weyl el nacimiento de la mecánica ondulatoria. Toda ella está resumida en una ecuación que, por su forma, al profano ha de parecerle terrible, casi tanto como el apellido de su creador: Schrödinger. En la píldora anterior me atreví a superponerla a un dibujo erótico de Picasso,
irreverencia con la que intento restar importancia a la actitud de quienes enfrentan el plasticismo del español con la calumniosa aridez de la fórmula matemática. Pero la ciencia es una actividad humana como cualquier otra. Y si el sentimiento erótico conduce al poeta a un poema y al pintor a un cuadro, ¿por qué no ha de llevar al científico hasta una ecuación? Todas son formas de creación y solo crea el ser humano sensible. Es el sentimiento el que produce la creación, el Hombre es el vehículo del sentimiento.

Más allá de la secta que disfruta de las ecuaciones hasta convertirlas en oficio, no suele el particular apellido Schrödinger asociarse con otra cosa que no sea un gato: el famoso gato de Schrödinger. Pero la fama es relativa y el siglo pasado se empeñó en desaparecer la ciencia del espectro de lo que llamamos Cultura. Así que quizás no todo lector de estas píldoras ha pasado sus ojos alguna vez por la frase en cuestión, a despecho de la fama que se le quiera adjudicar. Tratemos de remediar y veamos si podemos animarle además a aproximarse a su significado.

La física cuántica nos invita a creer en lo increíble. Impulsada una partícula a pasar por una de dos ranuras, no tendrá ningún reparo en pasar por ambas al mismo tiempo. Situada una partícula en determinado punto del espacio, podrá trasladarse a otro punto distinto sin necesidad de pasar por ningún lugar intermedio.  (Es este el famoso "salto cuántico", frase prostituida por la legión de parlanchines que gusta de ganar prestigio haciendo ridículos con seriedad aparente.) Nacidas dos partículas de un mismo proceso, van hermanadas en sus conductas a pesar de estar separadas por años luz de distancia. ("Entrelazamiento cuántico" se llama esta notable característica y es una bella denominación, poética, me atrevería a decir.)

Quien lee trata de imaginar y lo que acaba de leer no lo puede entender. No está solo: lo mismo le pasa al escritor. Ni vergüenza ni temor hemos de sentir por ello: un físico cuántico ganador del premio Nobel, Richard Feynmann, afirmó que quien diga entender la física cuántica es porque no la ha comprendido. Gustaba Feynmann de jugar con el lenguaje casi tanto como el filósofo beisbolista Yogi Berra, quien decía asistir a los entierros de sus amigos para que ellos no dejaran de asistir al de él. Salvo excepciones honrosas, los científicos no suelen hacer filosofía con su ciencia; a juzgar por el número de científicos que aun hacen filosofía con la física cuántica, parece que la frase de Feynmann tiene algo más de sentido que la de Berra.

Erwin Schrödinger asumió papel preponderante en las discusiones filosóficas que tuvieron como protagonistas principales al danés Niels Bohr y al apátrida Albert Einstein (apátrida por soberana decisión personal de abandonar su origen germano, luego nacionalizado suizo y finalmente estadounidense). La interpretación de Bohr, apoyada por Heisenberg, ganó el nombre de "interpretación de Copenhague" y ha ganado también (por ahora) la batalla teórica, al punto de que los manuales de la materia descansan sobre ella. Pero Einstein ni Schrödinger dieron su brazo a torcer en favor de ideas a las que sentían vehículos de una naturaleza antinatural. El instrumento a usar para la refutación se suele nombrar desde su germánico origen: "gedankenexperiment" o, más familiar para nosotros, "experimento mental". (Los experimentos mentales de Einstein hacen todo un tema de la historia de la física. A la interpretación de Copenhague opuso la famosa paradoja EPR, Einstein-Podolski-Rosen, en mención a quienes la propusieron. Alguna de estas píldoras se ocupará de ella en su momento.)

El gato de Schrödinger es un experimento mental que odian los amantes de los gatos. Ya veremos por qué. Por lo pronto, detengámonos a pensar en el hecho de que según la física cuántica todo lo que tiene que pasar pasa; pero no solo eso, sino que además pasa al mismo tiempo. Dele dos ranuras a un electrón y pasará por ambas simultáneamente, dele tres y las tres recibirán visita, dele cuatro... ¿Es que acaso el electrón puede convertirse en dos, tres, cuatro...? No. ¡Es el mismo electrón (uno solo) el que logra el prodigio! ¡Todo lo que pueda pasar va a pasar!

Pero no termina allí la magia. Resulta que esta maravillosa simultaneidad existe solo si no hay un mirón, un curioso que quiera ver lo que está pasando. Un "observador", dice la corrección científica. La Naturaleza nos niega el derecho de ver toda su magia de sucesos simultáneos: si somos entrépitos, se deshace de todas las posibilidades menos de una, que es la que nos dejará ver. "Colapso"... se llama este particular capricho natural. El sistema colapsa a una de sus posibilidades: no importa si son dos o mil de ellas. ¡Una sola se presentará si abrimos la caja del conejo! ¿Podríamos saber cuál vamos a ver? Pues... no. Pero sí podemos decir algo como "Hay un 25% de que ocurra X y un 30% de que ocurra Y y el resto de que ocurra Z". Es decir, podemos medir probabilidades. Y esas probabilidades provienen justamente del arrebato erótico tardío de nuestro amigo austríaco: la ecuación de Schrödinger.

No obstante, al propio austríaco no le gustaba esta interpretación de su obra. Demasiado loca para sus gustos; allá los daneses con sus divagaciones. Y por eso piensa en el gato. Lo encierra en una caja hermética con un aparatico que termina en un martillo. El martillo se activará si se desintegra un átomo de una sustancia radiactiva presente en la caja. El golpe del martillo rompería un frasco de veneno que el minino respiraría y acabaría con todas sus siete vidas de una vez. La desintegración de un átomo es un suceso cuántico y las probabilidades son de 50% de que se desintegre y 50% de que no. ¿Qué pasa mientras no abramos la caja?, pregunta Schrödinger. Y él mismo contesta siguiendo a los daneses: el gato está vivo y muerto. Ojo: ¡no es vivo O muerto sino vivo Y muerto! ¡Ambas posibilidades han de ser simultáneas mientras no se abra la caja! Eso sí: apenas abramos la caja, el gatito estará vivo o muerto... ¡el colapso del sistema!

Me parece haber visto un lindo gatito, dirán algunos de los que esto leen, que han quedado como Piolín. Hubo respuestas para Schrödinger; Bohr y su combo no fueron nunca hueso fácil de roer. Pero seguir con esto haría esta píldora más difícil de tragar. Ya veremos luego.

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No cometí en este post el sacrilegio de intervenir a Picasso con alguna ecuación como lo hice en la ilustración anterior. Pero él mismo nos favoreció al incluir un curioso gato en el conjunto pictórico. Lo que el gato de Picasso observa no es un suceso cuántico, pero para él parece tener el mismo hechizo.


lunes, 10 de julio de 2017

"Arrebato erótico tardío"

(Píldora de ciencia)

Terminada la primera cuarta parte del siglo XX, la física cuántica era un puñado de resultados teóricos y experimentales que estaban a la espera de una matemática que los englobara, al estilo de las leyes de Newton que cubrían la mecánica clásica o las leyes de Maxwell que explicaban los fenómenos eléctricos y magnéticos. En 1925 el joven alemán Werner Heisenberg propone un exitoso modelo en el que las magnitudes observables de los fenómenos se representaban mediante tablas rectangulares de números. Estas tablas podían multiplicarse entre sí, pero con una característica que chocaba a la tradición: el orden de los factores podía alterar el producto, se trataba de un producto no conmutativo. Desconocía el joven Werner que su instrumento era un redescubrimiento que llevaba ya algunos años recorriendo los caminos teóricos de la matemática y quien se lo hizo ver fue su maestro Max Born. Resultó además que la chocante falta de conmutatividad no era sino la manifestación matemática del carácter intrínsecamente aleatorio de la naturaleza, que el alemán resumiría luego en su famoso principio de incertidumbre. Mecánica matricial se llamó su propuesta, aunque a él nunca le gustó el nombre por su resonancia más matemática que física.

Pocos meses después de conocido el trabajo de Heisenberg entra en escena un austríaco especial. Respondía al nombre de Erwin Schrödinger ("Esh-re-din-gar", pronunciaba mi profesor de mecánica en el Pedagógico de Caracas, recién llegado de su posgrado en Alemania. Por supuesto que españolizo aquel sonido con tanto gusto recordado.) Todo un personaje este caballero Schrödinger: un espíritu absolutamente universal con intereses que paseaban por la matemática y la física, haciendo tránsito hacia la biología y manejando con solvencia la filosofía. Aparte de su obra científica rigurosa y formal podemos ver en su bibliografía personal títulos como Ciencia y humanismo, La Naturaleza y los griegos, Mente y materia, Mi visión del mundo y el muy celebrado ¿Qué es la vida?, del cual el genetista James Watson admitió inspiración para su descubrimiento del ADN.

Difícilmente un espíritu tan abierto y universal responda a convencionalismos burgueses de cualquier naturaleza. ¿Recuerdan aquella película de la década de los 70 llamada Emmanuelle, dirigida por Just Jaeckin, protagonizada por Sylvia Kristel y basada en la novela del mismo nombre de Enmanuelle Arsan? Entre nosotros fue todo un escándalo y hasta prohibición de proyección hubo durante algún tiempo. (Un amigo cinéfilo que gusta de las exageraciones dice que cualquiera de las películas escandalosas de los 70 -El último tango, Historia de O, Emanuelle- podrían proyectarse hoy en un bautizo. A juzgar por el alto consumo religioso de las redes sociales, parece desproporcionada su exageración.) Pues bien, la mención a Emmanuelle tiene cabida en este texto en tanto el matrimonio de Erwin Schrödinger y Annemarie Bertel (Annie) parece un antecedente bastante temprano del argumento de la película: una unión absolutamente no convencional y plena de amor libre. Las infidelidades (¿se podrían llamar así en este caso?) estaban a la orden del día y eran toleradas con largueza. Fácil deducir que la pareja era bocado predilecto de los correveidiles del pacato ambiente científico de la época. (No eran los únicos: Einstein y Marie Curie también llevaron lo suyo; por separado... no quiero confundir.)

¿Y qué tiene que ver lo erótico con la matematización de la física cuántica? No me apuren... no he terminado. Ya mencioné que Schrödinger entra poco después del aporte de Heisenberg. Este último tenía inquietos a los físicos pues su modelo -correcto matemáticamente- dejaba poco espacio para la visualización física. Por supuesto que nuestro amigo austríaco era uno de estos inconformes. Para pensar en el asunto decide pasar unos días de reflexión en una cabaña de los Alpes suizos. No serán mal pensados si deducen que no iba solo, y menos mal pensados si añaden a su deducción que su compañía no era Annie. En efecto, se trataba de una anterior novia, cuya identidad quedará desconocida para siempre en la historia. Algunos biógrafos hablan de un disgusto con Annie, otros dicen que fue ella quien sugirió (y gestionó) la compañía en cuestión. A mí me gusta cómo describe el asunto Jim Baggot (La historia del cuanto: una historia en 40 momentos): "... la relación con su esposa estaba en un punto bajo. Por lo tanto, decidió solicitar compañía a una antigua novia en Viena y dejó a Anny en Zurich. Llevó también con él sus notas acerca de la tesis de de Broglie... No sabemos quién era la chica o qué influencia podía tener en él, pero cuando regresó el 8 de enero de 1926 había descubierto la mecánica ondulatoria."

Ese era el nombre de la teoría que se opondría, como método, a la mecánica matricial de Heisenberg aunque el propio Schrödinger demostraría que ambas formas de ver la cosa eran equivalentes, esto es, darían los mismos resultados aplicados a los mismos problemas. El corazón de la mecánica ondulatoria es algo que conocemos hoy como "ecuación de Schrödinger", algo que los matemáticos llaman ecuación diferencial y que contiene uno de los contrasentidos más hermosos de la ciencia: establece con exactitud el grado de nuestras inseguridades. Inseguridades en el mundo ultramicroscópico del átomo, se entiende. A partir de Heisenberg y Schrödinger comienzan las profundas discusiones filosóficas que envolvieron a Bohr, Einstein y el propio Schrödinger.

El matemático Hermann Weyl, quien para el momento era el amante de turno de Annie, dijo (según testimonio directo de Abraham Pais) que el descubrimiento de la mecánica ondulatoria fue "un arrebato erótico tardío en la vida [de Schrödinger]". En ese año, el austríaco cumplió sus 38. Hoy se espera algo más de la vida sexual de un hombre... científico o no.





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El dibujo erótico de Picasso mostrado abajo contiene una profanación de mi parte: le superpuse la ecuación de Schrödinger. Algunos no lo tolerarán, pero no veo por qué no se puede intervenir la belleza con belleza, así sean de naturalezas diferentes. Además, está a tono con lo escrito en los párrafos anteriores. Seguro estoy de que el austríaco conoció y disfrutó la obra del español. No tengo ningún elemento que me permita siquiera sospechar la relación recíproca.



El dibujo fue obtenido de este enlace. Espero que sean reproducciones auténticas.

sábado, 8 de julio de 2017

El tiempo: invención e ilusión


(Píldora de ciencia)

El tiempo... ¿qué es? Agustín manifestó su total enredo con el concepto. Prefería que no le preguntaran por él para estar seguro de que sabía lo que era, el intento de hacerlo consciente haría desaparecer ese conocimiento. Seguridad de él tenemos todos: creemos recordar nuestro pasado y vivimos en apuesta permanente por el futuro. Ambos son inexistentes: uno porque ya fue, otro porque aun no ha sido. Al presente le concedemos alguna extensión: es la única manera de garantizar que nos queda algo de tiempo para justificar que de él hablemos. Pero tal extensión es ilusoria: una vez mencionada la palabra presente, ya la mención quedó en el pasado. El tiempo es, pues, la entelequia perfecta: lleva en sí mismo la causa de su aniquilación.

La ciencia -entendiendo por tal palabra la Física- precisa del tiempo como esencia fundamental. Pueden reducirse a tres esas esencias: materia, espacio y tiempo. Preguntado el físico por la definición de cualquiera de ellas manifestará la perplejidad agustiniana. Pero - a diferencia del filósofo- no puede (o no quiere) el científico dirigir su investigación hacia profundidades ontológicas y para él la resolución del problema es de un grosero pragmatismo: cada una de las esencias admite un procedimiento de medida; el físico puede diseñar aparatos con los cuales asignará un número a cada ente fundamental: la materia se medirá con una balanza, el espacio con una regla y el tiempo con un reloj. A la dificultad de definir tales aparatos se enfrenta la posibilidad de entregarlos ya construidos.

La ciencia que produjeron los siglos XVII y XVIII -los de Newton-, nos dio suficientes ecuaciones para entender el funcionamiento del Universo como un enlace numérico determinístico y continuo entre materia, espacio y tiempo. Este último, sin embargo, era una especie de recipiente inconmovible de los sucesos naturales. Para Newton el tiempo era una invención del propio Dios y quizás lo asumía tan perfecto como quieren los demagogos actuales, productores de frases baratas de consumo masivo. La física del siglo XX -de la mano de Einstein- acabó con esa ilusión y le quitó al tiempo la apariencia divina, para colocarlo en su justo lugar de invención humana necesaria, al igual que la materia y el espacio, para poder explicar la Naturaleza con algún orden lógico.

En la moderna concepción de Einstein (modernidad que ya cumplió un siglo) el tiempo se ve modificado por el movimiento y por la materia, cuando ambos asumen grandes cantidades. La relatividad especial establece que nada podrá moverse más rápido que la luz y toda vez que algún cuerpo aproxime su velocidad a este límite natural, entonces hará más lentos los relojes que lo acompañen en su viaje. Igual cosa -la relatividad general dixit- les sucederá a los relojes que se encuentren en el campo gravitatorio de condensaciones de materia de masas insospechadamente grandes como agujeros negros, por ejemplo. Desconocer este detalle, hizo que muy pocos entendieran la película Interstellar de Christopher Nolan, cuyas premisas fundamentales son precisamente el viaje a grandes velocidades y la penetración en agujeros negros. En esta película, el aun joven ingeniero Joseph Cooper (Matthew McConaughey) verá morir a su hija Murph, en un momento en que ésta es una anciana muchos años mayor que él. El film es ciencia-ficción, pero la posibilidad del hecho es ciencia verdadera, cuya demostración es imposible -por ahora- de realizar con seres humanos.

Para Newton la ciencia era una explicación de un mundo externo objetivo; después de Einstein pasó a ser una interpretación modélica cuyos resultados dependen de la posición y movimiento del propio observador. Todo aquello que se mida -y el tiempo es algo que se mide- se afectará por esa posición y ese movimiento. La poderosa elaboración newtoniana nos entregó espacio y tiempo como recipientes separados y absolutos de la materia. La ingeniosa síntesis einsteiniana hace del espacio y el tiempo una sola esencia: a partir del matemático Minkowski (quien despreció profundamente al Einstein estudiantil) adoptamos la palabra espaciotiempo (sic), como rendición verbal ante la caída estrepitosa de uno de nuestros más grandes prejuicios.

martes, 28 de marzo de 2017

El séptimo sello de Ingmar Bergman

Para Francisco Zambrano, in memoriam.















Palabra liminar

"Soy ateo y ateólogo. ¿Algún problema con eso?". La frase pareciera la vana provocación de quien juega a enfant terrible y quiere ver persignarse a algún creyente melindroso ante la herejía. En la persona de Francisco Zambrano -excelente profesor de filosofía, que no aceptaba título de filósofo- era ciertamente una provocación, pero no vana. El hombre se apropiaba de la ironía socrática como recurso y el tema de Dios es un tema como cualquier otro, en el cual la filosofía está obligada a escarbar. No obstante, conocer mejor en lo personal a Francisco conducía a entender que había mucho de militancia en esa frase de entrada, tanto que me aventuré a comentarle en público que él era un evangelista del ateísmo; su respuesta -medio en broma, medio en serio- fue que tal afirmación era ofensiva.

Aproveché la parte de broma para repetir el comentario muchas veces en su presencia, con lo cual extendía una conversación vial sabatina, en la que expuse mi visión de la condenación al fracaso del ateísmo como ejercicio militante. Apareció de repente el tema de la muerte y la propia negación de Francisco a aceptar las prácticas religiosas asociadas. Frente a mi comentario de que tales prácticas tranquilizan más a los veladores que al difunto, cuyo desinterés es total y evidente, pareció tomarse el asunto con humor y le concedió plausibilidad al argumento. Creo que hubiera sonreído con amabilidad ante el testimonio de alguna piadosa señora, que me aseguró haberlo convertido a Jesús en su lecho de enfermo. Quizás le hubiese irritado el atrevimiento de otro que quiso asimilarlo a su propia práctica política, ejercida casi como creencia religiosa.

Esa conversación inició (los amigos en Facebook son una entelequia hasta que se demuestre lo contrario) mi profunda amistad personal con Francisco; mal podríamos haber pensado que en poco más de un año, uno de los dos estaría cumpliendo deberes funerales con el otro. Francisco asimiló su descubrimiento de Pascal, sobre el cual realizó su galardonada tesis doctoral, con la emoción de quien recibe una epifanía. Pascal se le metió en los huesos. Su ateísmo militante sorprende entonces (por militante, no por ateísmo) cuando nos sumergió en aquello de que "el corazón tiene razones que la razón no entiende", y nos hizo comprender a quien se obligó a apostar a Dios, solo porque la apuesta en contrario -en caso de resultar gananciosa- no ofrecía los beneficios de la primera. Pero ya Borges y Whitman nos han mostrado que el Hombre es uno y múltiple.

Cierro esta nota, que quiso ser breve y no pudo, con su afición al cine; ésa que tantos placeres de conversación nos deparó. Producto de esa afición nos impuso El séptimo sello de Bergman como la asignación de final de módulo en la asignatura Introducción a la filosofía, del Diplomado de Filosofía de la UPEL que con tanto acierto motorizó. Nadie muere completo y menos aun personas como Francisco Zambrano. Cabe esperar que su vida perdure en el Diplomado y todo lo que éste pueda ofrecer a una sociedad que -como la venezolana- parece no saber aun cuánto necesita el Saber.

Hablemos ahora de El séptimo sello.


La muerte está tan llena de lugares comunes como de profundidades conceptuales, quizás ambos conjuntos comparten correspondencia biyectiva, es decir, para cada lugar común hay una profundidad asociada y viceversa. Cualquier velorio es muestra de ello. Para allá vamos todos es  traducción de la inevitabilidad del hecho, ninguno esperará lo contrario de esta fatalidad. Nadie se muere la víspera es tautología y contradicción al mismo tiempo, en un endemoniado ejercicio verbal que trastoca la aparente serenidad de la matemática en sus precisas definiciones. A la muerte se le teme y se le celebra por igual: una vida eterna podría ser una vida sin alicientes. La muerte nos enfrenta a la conciencia del azar, a la comprensión de que el vacío alguna vez fue en nosotros y deberá volver a ser luego del intervalo al que tuvimos derecho. ¿Por qué somos? Por estricto azar: millones de espermatozoides aspiraban al mismo óvulo del que surgió nuestro ser, nuestros antepasados transitaron guerras, hambrunas, pestes, desastres naturales. Somos de puro milagro. ¿Cuándo dejaremos de ser? Otro azar... azar negado por quienes prefieren que ese día esté escrito por alguien, alguien que esperarará por nosotros para una vida eterna que por fuerza ha de ser carente de incentivos. La santidad absoluta podría ser infernal.

Los temas del cine de Bergman son todos temas humanos: el tiempo (¡qué invención humana tan estremecedora!), la identidad, la familia, el sexo... Por supuesto que no podría faltar la muerte en esta lista. La conciencia de la muerte deriva de la conciencia del tiempo, es por eso tan humana: a un animal no puede preocuparle la muerte, vive siempre en presente; ni ayer ni mañana están en su pauta de vida; posiblemente así sea la eternidad: una inconsciencia total del ayer y del mañana, una negación de todo lapso. La muerte es la acumulación del ayer en un día y la privación absoluta del mañana.

Bergman inicia El séptimo sello con una premisa de aceptación compleja: la muerte (Bengt Ekerot) concede plazos; no morirás la víspera -la tautología es implacable-, pero puedes morir después de tu día marcado. Al menos a Antonius Block (Max von Sydow), caballero nórdico que regresa de las Cruzadas con múltiples interrogantes, se le concede tal privilegio. Su habilidad para jugar al ajedrez le gana la indulgencia de su inapelable perseguidora, deseosa de mostrar sus propias habilidades en el juego. Después de todo, la muerte jugará con macabra seguridad: "Decir que mis días están contados no tiene sentido; así fue siempre; así es para todos", hace declarar Marguerite Yourcenar al convaleciente emperador Adriano.

Antonius Block tiene la certeza de que no puede burlar a su perseguidora, espera que el lapso concedido le permita ver por última vez a su amada, abandonada poco después de la boda por su deber de guerrero pero, por sobre todo, quiere aprovechar la oportunidad para intentar contestar sus propias preguntas. Acepta la muerte, pero quiere saber qué hay después. No entiende la imposibilidad de alcanzar a Dios con los sentidos. Si desconfiamos de nosotros mismos, ¿cómo podemos confiar en otros creyentes? ¿Por qué sigue Dios habitando nuestro ser y no podemos matarlo? Finalmente, apelando a la razón -peligrosa apelación para una época que la negaba-, grita su necesidad de entender antes que creer. No sospecha el cruzado que la muerte es tan astuta como traidora y es a ella a quien no solo hace sus preguntas, sino que también revela su estrategia de juego.

El séptimo sello es una película del año 1957, rodada en un blanco y negro que tiene su propio discurso fílmico, a partir de la maestría en la cámara de Gunnar Fischer y Ake Nilsson. La ironía de la muerte (cuando recibe por sorteo las piezas negras para el juego observa que eso era lo natural) se traduce sobre la expresión fotográfica de la cinta. Todas las alusiones a la muerte son oscuras. La conversación del escudero Jöns con el pintor es una joya de diálogo cinematográfico:

Jöns:  ¿Para qué pintas esas tonterías?

Pintor: Para recordar que todos morimos.

J: No les harás felices.

P: ¿Por qué querer alegrar a la gente? También conviene asustarla.

J: Si les metes miedo...

P: Entonces, piensan.

J: ¿Y si piensan?

P: Les entra mucho más miedo.

J: Y se abandonan a los curas.

P: Eso no es asunto mío.


La peste, ese terrible mal europeo del Medioevo y del Renacimiento, es una desencadenante de los demonios. La cámara luce su destreza artística cuando penetra una procesión de penitentes flagelantes, que esperan alejar el mal a partir de su sacrificio corporal. Procesión y penitencia son dos términos que prometen el cielo. La hostilidad hacia el cuerpo es un notable paradigma cristiano.

Pero una película sobre la muerte tiene que ser por necesidad una película sobre la vida, pues ¿a qué preocuparse por la primera si no le concedemos valor a la segunda? Bergman llena su film de vida con la presencia de una compañía de juglares, que incluye a una inocente pareja formada por Jof (Nils Poppe) y Mia (representada por Bibi Andersson, una de las presencias constantes de Bergman en su cinematografía). La pareja tiene un bello niño de un año que parece prestar el brillo de su pelo a la cámara de Fischer-Nilsson cuando el trío ocupa la pantalla. Una claridad que deslumbra ante los oscuros tonos que comentaba un párrafo anterior en las otras escenas. Una merienda campestre de fresas salvajes y leche recién ordeñada le sirve de incentivo a Antonius para contrastar sus oscuras preocupaciones con el brillo del momento: "La fe es un grave sufrimiento, es como amar a alguien que está fuera, en las tinieblas... y que no se presenta por mucho que se le llame", reflexiona, para luego comparar: "Sentado aquí, con vosotros, qué irreales resultan todas esas cosas. Pierden su importancia". El cruzado se atreve a hacerle trampa a la muerte solo para liberar de ella al trío que tanto le iluminó la vida.

No cometeré el desliz de analizar la película personaje a personaje, aunque la tentación es mucha pues ninguno es superficial, todos tienen algo para la inquietud que busca conceptos o definiciones. No obstante, parece inevitable alguna palabra acerca del escudero. Jöns (Gunnar Björnstrand) es el típico pícaro: cínico, hábil para el enfrentamiento físico (armado o desarmado), malandrín, bravucón, desafiante (aunque algunas palabras o frases lo acobarden, cosa que no reconocerá). Acompaña fielmente a su amo aunque le moleste su gravedad, la misma que le impide hacer alarde de sus picantes composiciones artísticas o le interrumpe el sueño que extendería de buen grado. Jöns es capaz de noblezas como defender a una mujer de una violación o a Jof de un acoso público en un bar; sin embargo, a la mujer le exigirá como pago de salvación compañía y servicio. El escudero se hace simpático (a veces caricaturesco) a pesar de sus esfuerzos en contrario.

Lo dijo Manrique: la vida es el río, la muerte el mar; el destino es inevitable: hacia allá van todos. La fatalidad es inexorable hasta para el propio Universo tal como lo conocemos: algún día desaparecerá. Pero mal hace el Eclesiastés al burlarse de nuestros afanes de vida, enunciando con crueldad que "mejor el día de la muerte que el día del nacimiento". El azar nos concedió este tránsito y la conciencia para pensar en él. Ganamos la partida de ajedrez antes de conocer el juego. O quizás el don de la vida es el propio juego, en el cual estamos obligados a esperar y disfrutar todos y cada uno de los azares que nos deparará. En lo personal, esa apuesta me es más cara que la apuesta pascaliana.




jueves, 23 de febrero de 2017

ÓSCAR 2017: LAS PELÍCULAS


Ya. Solo faltan tres días para que se dé la gran fiesta de Hollywood. Y dentro de la gran fiesta el momento culminante es el de "La mejor película". Este año van nueve al concurso. Me permito compartir con ustedes una breve reseña de cada una. Espero sus propios comentarios.
La la land
En español: La ciudad de las estrellas. Homenaje a los grandes musicales de todos los tiempos. No soy muy aficionado al musical, pero en ésta se reconocen La novicia rebelde y Singing in the rain entre otros. Es además un canto de amor con todos los ingredientes que Hollywood sabe dar a los cantos de amor. Está bastante bien hecha, pero creo que también está algo sobrevalorada. Se llevará varias categorías y se le ha visto como una de las duras para mejor película. A mí esto último me parecería excesivo.

Hidden figures
Igual título en español: Figuras ocultas. Este año la temática negra -de la piel negra- ocupa un tercio de las nominaciones (3 de 9, exactamente). Lo interesante es que mezclan el problema de la negritud (todavía es un problema en EE. UU.) con otras discriminaciones. En este caso se trata de tres científicas negras, que trabajan para la NASA en los días del lanzamiento del primer vuelo aeroespacial tripulado. (El orgullo norteamericano se hirió profundamente con la hazaña de Gagarin.) Estas mujeres eran portadoras de tres pecados: dos naturales: ser mujeres y negras, y uno adquirido: ser científicas. Muy adecuada película para el tipo de papel que le gusta a Kevin Costner. Al final se impone la nobleza catira gringa, cuando todos los pecadores reconocen sus errores y te hacen brotar la lagrimita con su acto de contrición, cosa que preveías desde el principio, a pesar de lo histórico del hecho. Bastante fofo el papel de Jim Parsons, el célebre físico de The big bang theory, mientras Octavia Spencer y Taraji Henson se muestran grandes.


Hell or high water
Comanchería en España; en otras partes parece que será Contra viento y marea. De "westwern social" lo califica un critico español. Dos hermanos son ladrones de bancos por razones familiares. Atracos, persecuciones, heroísmos inauditos... mucha acción, en fin. Excelente actuación de Jeff Bridges que aspira al premio como mejor actor de reparto. Ambiguo final que deja reflexiones sobre el sentido de la justicia. Recomendable.

Moonlight
El tema de lo negro se mezcla aquí con la homosexualidad, otra minoría (¿seguro?) discriminada. También el famoso bullying entra en escena. Se desarrolla en tres actos con discursos breves y cortantes, que presentan el tema sin mayores aspavientos. Tiene ocho nominaciones. El personaje principal pasa por tres etapas de vida, representado por tres actores distintos, cada uno de los cuales está a la altura del papel.

Hacksaw ridge
En español: Hasta el último hombre. El tema bélico no podía estar ausente este año; esta vez no viene en tono de crítica sino, por el contrario, como una reafirmación del heroísmo y la nobleza gringas. Es lo que corresponde a un director como Mel Gibson, quien aspira al premio. Se trata de una historia basada en un hecho real durante la Segunda Guerra. Un objetor de conciencia acusado de cobarde se convierte en héroe galardonado por el estamento militar. Excelente Andew Garfield en su rol principal y es fuerte candidato a ganar.

Fences
Una traducción del nombre sería Cercas, pero parece que queda en español con su nombre original. La última (en esta lista) que toca el tema de lo negro, esta vez asociado a la pobreza y la discriminación que ambas categorías generaron. Las actuaciones son impresionantes por la profundidad psicológica con la que se expresa el drama familiar. Denzel Washington debería ganar el premio; este papel es muy superior al que hizo en Día de entrenamiento; en ésta se dirige él mismo. Viola Davis, inmensa; yo le daría el premio. La película es mi favorita para el Óscar. (No... no voy a apostar. Es muy fácil perder.)

Arrival
La llegada debe ser el título en español. Mientras en Contacto de R. Zemeckis, basada en la obra de Carl Sagan, la voz cantante la lleva la matemática, pues sus extraterrestres se identifican por la sucesión de los números primos, en ésta la disciplina protagonista es la lingüística. La escena la copa la bella Amy Adams, quien hace el papel de la lingüista encargada de traducir los signos de los extraterrestres, mientras Jeremy Renner está bastante insípido en su papel de matemático que trata, sin éxito, de buscar cosas como la sucesión de Fibonacci en los particulares signos de los alienígenas. El papel de Renner pareciera decir "Yo estoy aquí porque vi Contacto". No creo que esta película llegue, pero está bastante buena.

Manchester-by-the-sea
Entre nosotros, Manchester frente al mar. Drama familiar y personal particularmente intenso y devastador. A veces quienes te aman toman decisiones que cambian radicalmente tu vida, hasta extremos que te son insoportables. Casey Affleck aspira al premio como mejor actor y, si no se atraviesa el favoritismo que ha generado La la land en favor de Ryan Gosling, podría ganarlo. Michelle Williams está inmensa; hay una escena intimista, casi al final de la película, entre ella y Affleck que te deja absolutamente perturbado. La película también tiene cómo ganar y si le tocara me parecería correcto.

Lion
Debe ser León en español. El trato que el ciudadano corriente da a la infancia abandonada podría ser un indicativo de la calidad de un país; la película transcurre entre dos sociedades que tienen al respecto visiones diametralmente opuestas. Pero, contrario a lo que podría pensarse, el tema central no es de denuncia social, sino más bien intimista: el deseo de reconocer los propios orígenes. Atentos al final: es allí donde te explican el título. Dev Patel hace un rol distinto a los que le han tocado hasta ahora, pero lo hace con tanta solvencia que nos muestra a un actor en plena madurez. Buena película, pero no creo que tenga chance de figurar.